viernes, 29 de mayo de 2009

ANEXO III: Manual de buenas maneras

Lástima que la etiqueta y los modales corteses caigan en el desuso paulatina pero inexorablemente. Baste un botón de muestra: los carteles luminosos que recuerdan la norma básica dejen salir antes de entrar. Son inútiles de todo punto, los mal educados son mayoría y próximos al analfabetismo... Si me cupiese alguna duda sobre ello, alternaría el mensaje anterior con este el jabón es bueno, el jabón es tu amigo, pero, como ya he comentado en otras ocasiones, las virtudes, como los defectos, son gregarios y recaen habitualmente en masa sobre una misma persona.

Con esta falta de base, entiendo que es complicado ir más allá, pero proseguiré para el lector avanzado (léase: aquel que conoce los beneficios del jabón sobre la colonia de litro y que utiliza el excusado en vez de levantar la patita junto a árboles y coches). El siguiente nivel también peligra: los buenos días se responden con gruñidos dignos del más próspero de los corrales. Los diálogos se convierten en monólogos simultáneos con el consiguiente aumento de volumen. No es que debamos tener la deferencia de escuchar a nuestro interlocutor, si no es oído, la culpa es suya por no gritar lo suficiente. Esto último se aplica también a los conferenciantes ilusos que pretendan ser escuchados en silencio.

Existió en otra época aún un nivel más de cortesía y educación. Hubo un tiempo en que las citas se planeaban con antelación y con la misma se anulaban. En aquel entonces se seguían toda una serie de normas no escritas y hoy olvidadas, como no insultar al anfitrión en su casa, no tomar la cena con las manos, no lamerse después los dedos, ni expeler gases corporales en reuniones sociales.

Faltan, pues, los tres niveles de educación y buenas maneras en esta nuestra sociedad del siglo XXI. Adolecen nuestros coetáneos también de etiqueta moderna, esa que deberíamos aplicar en lo personal y profesional como responder las llamadas de teléfono o devolverlas, por no hablar de los correos que no se escriben para no gastar nuestro valioso tiempo en escribir gracias o de acuerdo y pulsar el botón de enviar y los que se escriben de más mandando copias indiscriminadamente o plasmando por escrito cualquier tipo de falsedad o indiscreción. Obviaré hablar de la cortesía de escribir todas las letras de un texto o poner las tildes...