miércoles, 8 de octubre de 2008

La vanidad


Lección 3: La hoguera de las vanidades


Si bien, como ya expliqué, el motor principal de un sádico es su propio ego, hay una motivación secundaria nada despreciable: la vanidad. La vanidad es muy similar al fuego, es necesaria para mantener el hogar caliente y para prender las llamas de las pasiones, pero a la vez es un instrumento peligroso que debe ser controlado en toda ocasión.


Desde los tiempos gloriosos de Lucrecia Borgia, las damas perfumaban sus misivas, alimentando su halo de misterio y seducción. Los tiempos, por desdicha, han cambiado. Ahora las cartas no navegan en navíos hacia otros continentes, sino que somos nosotros quienes navegamos en una red tejida por sirenas en busca de una carta sin sello dirigida, o no, a nosotros. No podemos oler el aroma de las cartas, hemos de conformarnos con las imágenes, colores, fuentes y perfiles disponibles entre arrastres, cercos y palangres.


Para compensar a la vanidad por la pérdida del tacto del papel, de los matices de la tinta y de las esencias, se recurre a los más variados ardides. Nadie es quien dice ser, ni quien aparenta ser, pero no engaña el que quiere, sino el que puede, no al menos por demasiado tiempo. Excepción hecha, por supuesto, del caso en que el aparentador sea un buen sádico y el objetivo de sus apariencias, un patético...


Un sádico que se digne de serlo, no perseguirá el engaño completo. Como he dicho, la vanidad nos mueve. Dejamos pistas entre líneas sobre nuestro auténtico yo, un yo que tal vez nosotros mismos no conocemos, pero que no pasará inadvertido al observador entrenado. Todo el mundo deja sus huellas en la malla digital, sería estúpido autoconvencerse de que no es así. La clave está en sembrar de guijarros el camino que dirige a nuestra incauta víctima hasta nuestras manos y esperar pacientemente, una vez más a que caiga, efectivamente, en nuestra red. Sentémonos pues a esperar la ansiada recompensa: el pavor y el desconcierto en los ojos atónitos de la víctima.


No me olvidé de vos, madame, espero fervientemente vuestra mirada a través de esta red tejida para vos. Os daré hoy dos consejos, que por supuesto no habéis pedido: no perdáis demasiado tiempo en borrar vuestras huellas, porque el molde ya fue sacado y calzaros de nuevo vuestras alpargatas, porque los zapatos de tacón nos os quitarán años, sino que os añadirán tropiezos y dejan huellas más claras.

Penélope

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